Los golpes secos de un reloj. Esos que causan una locura irreparable durante las noches. El dulce aroma de la comida recien preparada, un sustento que estos cuerpos repelen. Solo les atrae el aroma, la fresca inocencia, ese poder para corromper todo lo que alguna vez fue bueno.
Los monstruos se esconden. En cada rincón oscuro. En cada húmeda esquina donde miramos con el costado de los ojos, aterrados, pretendiendo que no están allí. Estos demonios tratan de meterse en tu cabeza. De a poco.
Te dicen que su verdad es la única, que ignores todas las certezas propias, y tomes sus creencias. Hablan en lenguas horribles. No! Existen formas de combatirlos, de arrastrarlos en cadenas hacia el olvido. De dejarlos en su prisión mental. No se les debe permitir escapar.
Porque no existen. Porque solo causan daño si se les permite hacerlo. Porque los monstruos, pueden ser destruídos fácilmente. Porque sin tu presencia, no son nada. Como van a fortalecerse, si no tienen horror del cual alimentarse?
Ella tomó el libro que había quedado en el suelo tras la batalla, y luego de buscar la última página, escribió prolijamente en él, con la sangre todavía húmeda, que resbalaba entre sus dedos.
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