lunes, 22 de diciembre de 2008

Soy un pinguino de Madagascar

Ojos nublados sobre el camino mojado. Ventanillas bajas para sentir el agua. La velocidad no es mucha, y la ciudad está vacía. Es otro lluvioso domingo a la tarde.

El objeto blanco se mueve con facilidad, como flotando sobre el asfalto espejado. En la ciudad, solo parece tener vida el pasto, verde y brillante. El calmante silencio se apodera de quienes van sobre la máquina.

Aminora la velocidad, y el agua se dispersa a su paso. Hacia arriba, hacia los costados. Viaja envuelta en una nube de agua.

El ronco sonido de su corazón quiebra la caída de las gotas sobre ella. Hasta que no pueden alcanzarla.

Cuando su blancura es más perfecta que nunca. Porque no pueden vencerla.

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